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domingo, 4 de septiembre de 2011

El juez, señor del derecho



Gerardo Eto Cruz Miembro del Tribunal Constitucional



En el Poder Legislativo se encontraba la máxima expresión del derecho formulada en la ley. El "señor del derecho" era el Parlamento, todo lo que el Parlamento expresaba bajo el hechizo de la norma era derecho. En este contexto se explica las célebres frases de Montesquieu, en su magisterial obra El espíritu de las leyes, cuando disminuía la labor del juez a un mero autómata aplicador de la ley: "El juez es un ser inanimado, sin vida, es solo la boca que pronuncia la ley." En prácticamente toda América Latina, y en países como el nuestro, esta actitud robotizada del juez se viene hoy en día superando; pero aún pervive un grueso de magistrados con un espíritu que viene de una interpretación constitucional decimonónica y que no tiene la posibilidad de replantear, recrear o inflexionar la norma. Un espíritu así, acrítico de la norma, es y continuará siendo dañino a todo el sistema jurídico, personas así no deben estar en un poder del Estado.

En consecuencia, el señor del derecho, como ha expresado el ilustre iusfilósofo del derecho contemporáneo y en su momento presidente de la Corte Constitucional de Italia, Gustavo Zagrebelsky, era el Legislativo. El siglo XVIII y parte del XIX fue, pues, el siglo del Parlamento.

¿Qué ha ocurrido tiempos después? Pues que el siglo XX ha sido el siglo del poder Ejecutivo, y aún parte del siglo anterior, el XIX. En efecto, no solo porque acaso radique en el Ejecutivo el centro de gravitación del poder; sino porque el influjo del sistema político norteamericano, un sistema presidencialista ortodoxo, irradió tal aliento que muchos países se adscribieron a este sistema. Amén de ello, y para variar, en América Latina siempre hemos tenido esa idiosincrasia tan dañina también de depositar la fe en mesiánicos personajes que se han creído redentores y salvadores de los males de sus países.





II. ¿Por qué el juez es y debe ser el señor del derecho?

Antes de abordar estas reflexiones, debemos dejar sentada la permanente idea de que el Ejecutivo siempre ha querido tener jueces adictos a sus intereses; por lo menos en el pellejo de quienes detentan el poder, sea un gobernante de jure o legítimo; o de facto, todos, sin excepción, requieren contar con magistrados pusilánimes, adictos a sus pretensiones, lo demás es puro fariseísmo. Siempre he tenido la impresión que cuando se acerca el Ejecutivo a reformar al Judicial se produce un abrazo de oso...

El hecho es que más allá de la actual y confusa situación de las reformas (a lo largo de más de 40 años, desde Velasco Alvarado a la fecha), siempre se ha hablado de reforma al Poder Judicial y cuya credibilidad en torno a ella ha enervado el vigor y su esencia, y podríamos decir que cada cambio de gobierno, habría un cambio de reforma.





III. El juez hoy: Revalorización de su labor

No solo contra los abogados, sino contra los jueces pesa una lapidaria opinión pública que lleva a que permanentemente están en una franja roja de crítica. El que un sector de magistrados acuse inconductas éticas, funcionales, prevaricadoras, ignorancia y escasa formación jurídica (y la lista sigue...) no debe llevar a generalizar in totum al Poder Judicial. Ningún juez, por más probo que sea, podrá dejar de ser objeto de crítica. Y es que la naturaleza de su labor siempre será de naturaleza contenciosa o discutible. Alguien gana y alguien pierde. Así es esquemáticamente un proceso judicial. Y el juez tiene que definir la incertidumbre jurídica definiendo la tutela judicial efectiva en alguna de las partes.

De allí que una verdadera reforma del Poder Judicial pasa por la reforma personal de quien viste el alma de la toga en la judicatura. Hay jueces y jueces; muchos eruditos y estudiosos, otros acaso de formación unidimensional: conocer lo suyo y nada más. La sociedad civil desea no solo jueces conocedores del derecho; sino que quiere de ellos que sean personas de una alta cultura, de una ética cotidiana que irradie para los justiciables y abogados litigantes paradigmas deseables de valores.

Y no es que estemos aquí defendiendo a magistrados que tengan inconducta funcional, sino que debe preservarse la extraordinaria labor del Poder Judicial, y si hay crisis del sistema judicial, es porque forma parte de una crisis mayor del sistema político. Mas todos los que tenemos una cuota de responsabilidad, debemos en acto de contrición y enmienda empezar a reconocer que de una u otra manera estamos también en el problema.





IV. Los retos actuales de los jueces

Más allá de todo lo que aquí venimos reflexionando, considero que hoy los jueces tienen nuevos retos; y entre los que habría que empezar es por su permanente capacitación académica. Un juez que no esté al tanto de los estándares de interpretación de los más grandes tribunales jurisdiccionales, como los europeos y aún, de Norteamérica; un juez que no adquiere una ración mínima de libros en torno a su especialidad nacionales y extranjeros, un juez que no se deleita con la lectura de una buena literatura, un juez que subestima la cultura cosmopolita del arte, la pintura, la poesía, el cine, etcétera, es en realidad un juez que a mí me preocuparía mucho. Pues necesitamos de estos altos funcionarios el peso de una personalidad demoledora. Solo magistrados de esta talla podrán remontar a nuestro Poder Judicial.

La Academia de la Magistratura, en todo esto, tiene que cumplir un rol clave, pues muchos magistrados creen que por el solo hecho de estar detentando el cargo, por fenómeno taumatúrgico se cree el sabedor de todo. Y como bien sabemos esto no es así. Por ejemplo, ¿qué magistrado actual ha llevado cursos de Teoría de la Argumentación Jurídica? Y los pocos que han tenido la oportunidad de llevarlo en la Academia de la Magistratura no lo practican en su plenitud. En todo esto, repetimos, la academia debe cumplir un rol decisivo.